Nos situamos en una de las islas de nuestro archipiélago, La Gomera. Allí una mujer dejó huella en la historia con sus hazañas no solo políticas y sociales, sino también humanas. Ella no tuvo miedo de llevar sus ideas revolucionarias más allá de los límites establecidos durante el período de la II República, ni renunciar a ellas después, con el golpe de Estado. Fue Blanca Ascanio, conocida por muchos como la maestra roja, de alma revolucionaria y liberal, de valores comunistas y -¿por qué no?- de rebeldía feminista hasta sus entrañas.
Por ese entonces el caciquismo azotaba las islas. Las relaciones semifeudales lejos de quedar en el olvido histórico seguían siendo palpables por medio de las deleznables condiciones del proletariado agrícola y rural. Se trataba de una mano de obra dedicada mayormente a la exportación de plátano con empresas de capital europeo como intermediarias. En este escenario, el analfabetismo, la represión social, cultural, económica y política resultaba insostenible.
Quién era Blanca Ascanio Moreno
Blanca Ascanio Moreno nació el 4 de noviembre de 1910 en La Gomera en el seno de una familia de la pequeña burguesía. Desde muy temprano desarrolló una fuerte conciencia ante las desigualdades sociales y políticas de la época; una conciencia que compartía con sus hermanos: Guillermo, fundador de las Juventudes Republicanas de la isla, Petra, Eulalia y Amelia.
Junto a Guillermo, su hermana Amelia y sus primos Juan Pedro Ascanio García, Fernando Ascanio Armas y Pablo Ascanio Armas, Blanca se implicó e hizo suyos los valores comunistas, colaborando así con las labores de la Federación Obrera con una muy activa militancia desde los inicios.
“Blanca aquí era ‘el todo del todo’; no tenía cargo, pero era el todo del todo de la juventud. Ella era en quien confiábamos, muy inteligente. Hablaba con nosotras dándonos consejos”.
Así era retratada Blanca Ascanio dentro del pueblo gomero tal y como queda recogido en el libro El Fogueo, donde a partir de testimonios orales se da voz a la resistencia del pueblo durante el levantamiento militar contra la II República en 1936.
Blanca Ascanio, maestra y revolucionaria
La Gomera como foco de resistencia esconde sus raíces en el devenir social de Vallehermoso. En este lugar la clase obrera había conseguido tomar conciencia de su situación desde las etapas finales de Alfonso XIII.
Blanca Ascanio fue una figura vital dentro de este movimiento obrero y republicano, luchando siempre en contra de las condiciones inhumanas del caciquismo y las consecuencias económicas de la I Guerra Mundial en las islas. Esta actividad política y social no tardó en cosechar consecuencias, como veremos más adelante.
Blanca se formó como maestra en la Escuela Normal de Magisterio de La Laguna. Al finalizar sus estudios se convirtió en colaboradora de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE), una organización integrada en la UGT, donde no solo se apostaba por la enseñanza popular, gratuita y libre, sino también por la propia emancipación de las mujeres.
Mientras avanzaba en su formación universitaria, Blanca realizó durante años tareas de educación popular en La Gomera, impartiendo clases al proletariado de Vallehermoso y organizando acciones culturales como charlas y obras de teatro.
Arraigada a sus ideales comunistas, Blanca utilizaba las charlas y los mítines como forma de propaganda política, siendo una de las pocas mujeres en dar mítines. Es por ello que podemos afirmar que conquistó así un espacio público como mujer, revolucionaria y activista.
“Mujeres que dieran mítines, sólo Blanca Ascanio, es que no había cultura tampoco. Cuando ella estaba hablando, ¡porque ella hablaba… ay, Dios, encantaba!”.
Y es que, tal y como relatan testimonios vecinales recogidos en El Fogueo, desarrollando estas actividades Blanca puso al servicio de la organización de las mujeres obreras de la isla recursos, formación y cultura. Es así como contribuyó desde sus inicios a la propia emancipación femenina.
Los sucesos de Hermigua y Fogueo como focos de resistencia
En los sucesos de Hermigua de 1933 se materializó una lucha histórica por la reivindicación de los derechos de los obreros, la cual supuso la apertura de un incontable número de diligencias en el juzgado de San Sebastián de La Gomera.
No obstante, no sería hasta julio de 1936 cuando Blanca ingresa en prisión. Ocurrió tras los sucesos del “Fogueo”, conocido así por los tiroteos entre la resistencia del pueblo y los soldados del bando sublevado que se habían levantado contra el gobierno de la II República.
La Federación Obrera, armada y bajo las órdenes de la Guardia Civil intentó defender con ahínco la legalidad republicana ante la entrada de los militares. Tras dos días de resistencia se inicia un proceso de negociación, a lo que Blanca Ascanio se quiso oponer radicalmente, recalcando la necesidad de seguir resistiendo ante tal amenaza.
A raíz de este pequeño pero significativo combate bélico dentro de la isla, con la entrada del ejército, comienza una dura persecución y múltiples detenciones, donde las mujeres eran víctimas de vejaciones, palizas y torturas. Ascanio no se libró y acabó encarcelada. Meses más tarde se la sometió a un Consejo de Guerra el 27 de febrero de 1937, donde se la condenó a ella y a seis personas más a pena de muerte por rebelión contra el golpe militar. En su caso, una pena que fue finalmente conmutada a 30 años de prisión.
Blanca Ascanio y su labor desde prisión
Blanca Ascanio Moreno tenía 26 años cuando ingresó en la prisión Provisional de Mujeres el 28 de agosto de 1936, procedente de la prisión municipal de San Sebastián de la Gomera, donde había ingresado días después de la rebelión militar.
La estancia en prisión de Blanca Ascanio no fue, al igual que la de ninguna otra, un camino de rosas. Vivió su período de encarcelamiento en un estado de salud cada vez más precario debido a una apendicitis crónica de la que nunca fue tratada. Esta enfermedad la obligó a vivir con dolores diarios en un entorno hostil donde las vejaciones eran habituales y se agravaban en muchos casos por su condición de mujer.
Sin embargo, nada de esto la frenó nunca a seguir siendo fiel a su implicación social, política y humana con la causa comunista y con el pueblo. Durante su internamiento no dejó de enseñar, dando clases a las demás reclusas; quienes en su gran mayoría eran analfabetas.
Sin lucrarse de ello ni tener beneficio alguno, su compromiso con la enseñanza y sus ideales trascendió más allá del dolor y la situación para contribuir a seguir alfabetizando al mayor número de mujeres que pudo abarcar. Así, Blanca anteponía la enseñanza al miedo, y la revolución a la rendición.
La puesta en libertad de Blanca Ascanio
Una vez acabada su estancia en prisión en 1943, emigró a Venezuela junto con su hermana mayor Amelia. La migración se vislumbraba para ella, al igual que para muchas otras personas, como la única opción viable para escapar del laberinto sin salida en el que se habían convertido las islas.
En Venezuela mantuvo su compromiso con la enseñanza hasta que finalmente, a mediados de los setenta, vuelve a Canarias para continuar su labor social y política, así como su vocación por la enseñanza. De nuevo en el Archipiélago, lejos de permanecer en silencio y haciendo honor a su carácter revolucionario incansable, continuó alzando la voz por los derechos de los obreros, de las mujeres y del pueblo en general.
Con su regreso, sus valientes testimonios sirvieron como altavoz para honrar la resistencia y denunciar las atrocidades cometidas durante la dictadura, la cual dejó consigo numerosas víctimas, entre ellas sus primos y su hermano.
La unión de la educación y la revolución
En definitiva, Blanca Ascanio no solo fue una mujer como muchas otras de nuestras islas que se dejaron la piel por defender la libertad, sino que además es el retrato en carne viva de cómo la revolución y la enseñanza van de la mano.
Tras “la maestra roja” como la recuerdan aún muchos, sus hazañas humanitarias, políticas y sociales conforman la figura de una gomera que resistió, luchó y trabajó incansablemente por sus ideales y su pueblo. Blanca Ascanio, haciendo honor a su profesión y gracias a su vocación, nos confirma que la educación no solo es el pilar central de nuestra sociedad y nuestra esperanza como humanidad, sino el arma de combate más temible y eficaz.