No sé si es casualidad o intencionado, pero ese vestido dorado de La foto de perfil de wasap que te gusta y que refleja su color al espacio y a mi rostro es un vestido largo ceñido, de licra, que se estrecha en las rodillas y vuelve a ensancharse terminando como en una cola de sirena al llegar a los tobillos y los pies, me lo compró por encargo el director de la compañía como parte del vestuario que uso en la nueva obra.
La mujer con cola reaparece en escena vestida de Celia Cruz¡!! Mi impulso al momento de ponérmelo es el de volver a nuestros espasmos a la asfixia al movimiento compulsivo. A dejarme arrastrar por la corriente de la memoria que me lleva a la orilla de la playa de Las Canteras.
Me doy cuenta que no puede ser, que esta sirena sofisticada y caribeña tiene que mover la cola de otra forma.
Quizás sea el momento de oír su canto, su voz grave de Sirena travesti en solitario y cantar un bolero. “Somos “ de Raphael con la voz grave y ralentizada de Chavela Vargas. Es inevitable pensar en ti en nosotras cada vez que quedo embutida en el vestido. (…)
toito gonzalez. 29 jul 2019 6:25
Recibí este correo el día de mi cumpleaños. Cuando abrí los ojos y encendí el huawei, como todas las mañanas de manera automática, lo vi entre las notificaciones del móvil. Con los ojos legañosos iba leyendo mientras sentía como unos largos brazos morenos me rodeaban y apretaban contra unas grandes tetas de la copa c. Eran los brazos de una amiga que se alargaban no sé muy bien desde qué lugar del mundo hasta llegar a mi cama.
Una artista inter-multi-trans-disciplinar
Celeste González Santana nació y se crió en el barrio de Vegueta, tal y como ella misma me comentó en una ocasión con una sonrisa “entre la Vegueta rica y la pobre, una siempre está en el medio”. Años más tarde se mudaría con su padre, madre y sus cuatro hermanas a La Isleta, ese núcleo urbano anexo y a la vez independiente de Las Palmas de Gran Canaria. En eso último el barrio mantiene una cierta similitud con esta mujer de metro ochenta y piernas firmes como columnas; porque Celeste González Santana mantiene con Canarias una relación simultánea de cercanía y distanciamiento.
Siendo apenas una pibita, después de formarse en danza clásica en la capital de la isla, se mandó a mudar para Europa y ya no hubo quien la parase. Como bailarina en el Ballet de Zaragoza, el Ballet Royal de Wallonie (Bélgica) y en el Ballet Nacional de España, Celeste González Santana conoció La Habana, México, Nueva York, Hong Kong y prácticamente toda Europa. No sé si se me queda algún sitio porque mira que ha viajado la jodida. Y sigue haciéndolo dado que desde hace años también forma parte de dos compañías de teatro españolas, Matarile Teatro y la compañía de Consuelo Trujillo, teniendo funciones y bolos prácticamente de enero a diciembre.
A esto se le sumó en 2019 la publicación de Regina & Celeste, una correspondencia de la editorial La Uña Rota, un libro de unos dos kilos de peso que reúne los correos electrónicos que ambas artistas compartieron de forma confidencial durante casi una década y que supuso un inesperado pero merecido éxito cultural y comercial, siendo recomendado por distintas personalidades como la escritora Cristina Morales (Premio Nacional de Narrativa) o el conocido periodista Bob Pop. Y venga más vuelos para presentaciones, coloquios, firmas, charlas y conferencias a propósito de este libro que no deja indiferente a nadie.
Gran parte de su vida, como ella misma me reconoce por mensaje de wasap, transcurre en aeropuertos y estaciones de guagua o tren. “Soy una trans-fuga jjjjj” me escribe, “aunque no sé muy bien de qué o quién estoy escapando”. A lo que yo le suelo responder “mi cielo a ver cuando vuelves a bailar o hacer algo por acá, que queremos verte el jocico!!”. Esta isletera sabe muy bien lo que implica ser artista inter-multi-trans-disciplinar. Una de las últimas ocasiones que coincidimos fue en el Teatro Victoria de la capital chicharrera, cuando acudí con Alicia Ramos a ver su pieza escénica Ningún hombre me llevará a la cumbre, y que también ha llevado a Madrid entre otros destinos. Cuando salimos del teatro nos fuimos las tres a cenar algo, qué tres papas pa un potaje, y apenas estábamos poniéndonos al día de nuestras vidas cuando nuevamente tuvimos que despedirnos por el toque de queda. Es así. Celeste González Santana va y viene constantemente como si no supiera vivir lejos del Archipiélago aunque después sea poco el tiempo que pase sin querer coger rumbo de nuevo.
En uno de sus viajes, concretamente a Tenerife, nos conocimos. Fue en 2018, que coincidimos en la proyección de un corto y al salir ella me interceptó. “¿Y esta ahora quién es?”, fue lo que pensé y lo que pienso siempre que se me acerca alguien y no llevo las gafas puestas para distinguir quién es el borrón que me está abanando con la mano. “Hola, soy Celeste”, me respondió el borrón que poco a poco iba cogiendo la forma de una espectacular mujer a medida que se acercaba a la distancia en la que mi hipermetropía no existe.
Después de eso volvimos a coincidir en Mallorca, otra isla, porque yo exponía en un museo de arte contemporáneo y ella llevaba por otro lado su famosa pieza Wakefield Poole: Visiones y Revisiones, una obra performativa en la que analiza y comparte los vínculos representativos entre Boys in the sand, proto-cine porno gay de los años ochenta, y El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky. Entre otros reconocimientos, recibió el premio de la crítica 2015 de Barcelona al mejor solo de danza. Aquella noche en Mallorca, esa isla europea mayoritariamente habitada por personas que parecen imitadoras de la familia real española presumiendo de heteronormatividad y náuticas color camel, tuve el privilegio de conocer -gracias a la invitación de la propia Celeste- una creación que conjuga gran parte de toda su propuesta artística, a caballo entre lo clásico y lo contemporáneo, la danza y la performance, lo serio y la machangada. “Los procesos creativos de esta mujer deben ser un cachondeo”, pensé mientras la veía subida al escenario, batiendo los brazos tal cual se hace en la muerte del cisne mientras a su espalda se proyectaban bukakes, gang bang, creampies, felching y mamadas de toda la vida. Una imagen preciosa que admiraba desde mi butaca.
Celeste González Santana: entre el diálogo y la escucha
A partir de aquel encuentro nuestra amistad creció enormemente para alcanzar grados de intimidad casi familiares. Hablamos prácticamente a diario de recetas de cocina, manicura semipermanente, arte, cirugías, los trapitos que nos compramos, amantes, lecturas, anécdotas, hormonas y música. ¡Crus! Pues un año más tarde, en 2019, volvimos a vernos en Barcelona para darle al pico sobre estas y otras cuestiones en una residencia de creación gracias a la mediación con La Poderosa – Espacio para la danza y sus contaminantes.
Una de nuestras iniciativas fue la de cocinar arepas para todas las personas que habían venido a visitarnos el último de los catorce días de proceso creativo. Mucha de aquella gente no había comido arepas en su vida y no sabían ni siquiera como agarrarlas. “Aprieten bien mis hijas pa que no se les caiga el relleno. Allá en las islas las arepas se comen mucho por la influencia migratoria histórica con Venezuela y Colombia”, les dijimos a un grupo de catalanes que miraban más a la masa frita de harina de millo que tenían entre las manos que a nosotras.
Esta residencia nos permitió montar una obra performativa de más de una hora que se constituyó como germen de toda la propuesta artística que hemos desarrollado hasta la actualidad. Aunque en realidad lo primero que hicimos juntas no fue en Barcelona, sino en la transitada playa de Las Canteras. Unos días antes de viajar desde Gran Canaria convocamos a conocidas y amistades a acompañarnos desde la avenida marítima capitalina durante nuestra transformación en unas sirenas-cachalotas varadas en la orilla de la playa, la cual terminaría siendo el escenario de su propia muerte ante la pasividad de la mirada ajena. Por otro lado, también teníamos editado un fanzine que posteriormente se presentó en Barcelona, y en la que aparecemos en la portada como sirenas sentadas en dos roques y hablando en mitad de la mar. Desde luego, el diálogo, la comunicación y la escucha son elementos fundamentales en nuestra propuesta como pareja artística, herramientas que adquirimos de la propia relación afectiva y amistosa que mantenemos.
Precisamente este año grabamos un cortometraje con la participación como realizador del cineasta Miguel G. Morales, el cual hemos titulado Lapas y Viejas. A día de hoy ya lo hemos podido proyectar, entre los coletazos de la pandemia, en el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas, que fue la institución que apoyó económicamente la creación, así como en la sala de cine del Aguere en Tenerife. En el video ambas nos encontramos en dos contextos diferentes -un charco y una terraza- en los que nuestros cuerpos se reconocen y se relacionan. Rodeadas en la terraza por las helechas, cintas, aloes y potos que riego y atiendo diariamente -con un buchito de café de por medio, por supuesto- o metidas en el agua salada que aquella tarde estaba plagada de flora marina como algas rosadas y líquenes rojos, nos tratamos como lo hacemos cada vez que voy a La Isleta o ella viene a Santa Cruz: con afecto, escucha y cuidados. Sinceramente, la amistad que he construido con ella es una de las relaciones más valiosas de las que disfruto actualmente.
Es un enorme privilegio poder relacionarte con alguien a quien reconoces como una igual, no solo por la cuestión identitaria, sino por la canariedad que a ambas nos atraviesa y nos vincula de una forma inevitable. Creo firmemente que no hubiera sido posible alcanzar estos grados de complicidad personal y artística si una de las dos hubiera sido, yo qué sé, de Móstoles, Euskal Herria o Sevilla. Tan sencillo porque la dimensión territorial -con sus circunstancias, connotaciones, estereotipos y problemáticas- también nos interpela tanto como nuestra propia disidencia sexual.
Algunas noches sueño que vuelvo a estar en el charco dándome un chuzo. Celeste González Santana bucea conmigo y aparece y desaparece entre líquenes y algas, y también logro distinguir a través de ese mismo líquido amniótico marino a otras mujeres canarias trans que conozco. Están Sonia, Carla, Marcela, Alba, Eva, Luisa, Farah, Aroa, Mer, Roberta y Alicia. Somos un gran cuerpo coreográfico en constante movimiento con el ir y venir del agua y las olas. Los cabellos, los pechos y los genitales se mueven al mismo ritmo que el resto de elementos marinos que nos acompañan. Abro los ojos con el sonido que emite el despertador de mi huawei, lo cojo para desactivarlo y entre las notificaciones me encuentro con un mensaje de wasap que dice “buenos días mi cielo, como estas hoy??”.