La primera vez que supe de ella fue hace muchos años cuando mi tía y mi tío nos regalaron a mi hermano Alejandro y a mí, como recuerdo de sus vacaciones en Lanzarote, dos pequeños machanguitos a modo de souvenir. “Se llaman Novios del Mojón o Novios del Volcán», me comentaron mientras miraba con curiosidad aquellos dos cuerpitos de barro, uno con dos grandes tetas y una rajita entre las piernas y el otro con una cuca igual de llamativa.
Los Novios del Mojón: tradición, souvenir y trabajo escolar
En esos primeros años en los que estaba descubriendo mi sexualidad, ver aquella cuca así de grande me despertó mucho interés y me hizo creer que era una norma común, creencia que terminaría desmintiéndose —y en otras ocasiones se confirmaría— con el paso del tiempo. “Los hacía una doña de Lanzarote de forma tradicional y ahora se pueden comprar en cualquier sitio, hay imanes de nevera, ceniceros, collares, llaveros… De todo con estos dos machanguitos, muchas parejitas se los compran y regalan como un amuleto de amor”, añadían mis tíos. Pusimos a los Novios junto al cenicero volcánico de Hermigua en el que mi madre apagaba los malboro. Un tiempo después, y coincidiendo con las actividades escolares que se hacen en el mes de mayo por el Día de Canarias, nuestra profesora de plástica del instituto nos propuso hacer un mural sobre artesanía tradicional canaria como actividad de la asignatura. Decidimos las cosas que íbamos a pintar y posteriormente colocar por los pasillos del centro, como por ejemplo ceretas de mimbre, vasijas y calados, pero doña Matilde dijo para toda la clase: “Y que alguien pinte a los Novios del Mojón”. “Los novios de qué???” “Eso qué es???” me dijo María la que se sentaba a mi lado en clase. “Son unos machanguitos de barro que hace una señora de Lanzarote, mi tía me trajo dos cuando estuvo allá. Si vieras la cuca que tiene uno yo no sé cómo no se cae palante”, le respondí. “Pues mira, tú los vas a pintar que ya veo que los conoces”, me dijo la profesora que había escuchado mi comentario, y añadió: “y la autora se llamaba Dorotea de Armas Curbelo”.
Después de eso me recomendó que fuera a los ordenadores de la Biblioteca municipal de Buenavista a ver si encontraba más información de su biografía y también imágenes de su artesanía. Fui esa misma tarde y me senté en el ordenador número tres, que estaba al lado del que Guacimara usaba de lunes a viernes para conectarse a su cuenta de Tuenti Guaci_bta_15, con la precaución de que no la trancara la bibliotecaria y la pusiera en la calle “porque aquello no era un ciber”, como le decía. Escribí en el buscador de yajú su nombre y le di a enter.
Dorotea de Armas Curbelo: memoria que nace de la unión entre la tierra y las manos
Varios fueron los blogs que compartían datos de su vida, fotografías e incluso cachitos de entrevistas. Así fue como le puse cara a Dorotea, a través de la pantalla de un lento y viejo ordenador con programa windows noventa y cinco como si esa mujer también me mirase a mí desde otro tiempo remoto, con su sombrera puesta y sus ojitos escondidos tras sus grandes gafas de pasta.
Leí que había nacido el 6 de febrero de 1899 en el municipio conejero de Muñique, en Teguise, a las puertas de un nuevo siglo. Ella aprendió la artesanía de su madre siendo chica y afirmaba que esta fue la primera locera de la zona y que a su vez ella lo aprendió de su abuela, ya que en definitiva era una profesión con mucha antigüedad. “Ños qué curioso”, pensaba mientras a mi lado Guaci_bta_15 ligaba en el chat de Tuenti con Kevinsito69. Y seguí buscando blogs y páginas con fisquitos de su vida, en las que leí que Dorotea comenzó a modelar el barro y crear diferentes objetos siendo muy pequeña. Me la imaginaba chiquita allí en su casa y sin arrugas en la cara pero con su distintiva sombrera puesta, cogiendo y seleccionando el barro al que le añadía arena negra volcánica, para después mantenerlo con la humedad necesaria que le permitiera ser lo suficientemente flexible y moldearlo. Una actividad que duraría los noventa y ocho años que vivió, a los pies del caliente horno en donde sus creaciones se solidificaban y que tenía en su casa del Camino de las Montañetas. Un horno caliente como un volcán, el mismo del que nació esta isla como el resto del Archipiélago, y del que salieron los Novios como si Dorotea fuese una divinidad creadora que con tierra y empeño da forma a esos cuerpos. Unos cuerpos cuya apariencia tan característica probablemente, y tal y como afirmó la propia locera, se remonta a épocas precoloniales siendo al parecer utilizadas por las poblaciones imazighen mahas en ritos sagrados de sus propias cosmovisiones así como en la vida cotidiana. Cuerpos que nacen de la mezcla de tierra y arena de una isla, la primera de todas en ser conquistada por Europa a principios del siglo XV. Recuerdo que en otro portal también leí que la alfarería tradicional de El Mojón combina orígenes y rasgos precoloniales con técnicas típicas de la cerámica que se produce en otras culturas del resto del continente africano.
Dorotea de Armas Curbelo, con su labor artesana, es una de las encargadas de haber mantenido “vivas” hasta el siglo XXI estas figuritas que, más allá de haberse convertido en souvenirs que miles de guiris se llevan a Europa como recuerdo de su visita a la isla de los volcanes, encarnan una memoria que nace de la unión entre la tierra y las manos. Pero la memoria solo se mantiene por la transmisión de la información, conocimientos y saberes que la conforman, y así fue que su nieta Mª Dolores Armas y su hijo Juan Jesús Brito Paz forman parte del gran número de personas que adquirieron el legado de Dorotea de Armas Curbelo antes de que ésta falleciera en 1997 seguramente sin haber recibido todo el reconocimiento que realmente se merecía en vida.
La misma lava, tierra y arena que surgen desde el interior del volcán
Y entonces llegué a este punto que tanto llamó mi atención: al parecer estos machanguitos se utilizaban como una parte fundamental en los rituales de compromiso antes de emparejarse. La cosmovisión isleña les había otorgado ese carácter mágico y sagrado con el que además se expresaban emociones y afectos entre personas que se aman, a través de su intercambio. Recuerdo que esta información me interpeló de una forma particular. “Si yo algún día me enamoro y me caso con alguien, ¿qué machanguito le voy a intercambiar que me represente a mi?”, pensé. Pero no tenía tiempo para seguir dándole vueltas al coco ya que se había terminado el tiempo que la bibliotecaria daba para buscar información o usar el word en sus ordenadores y tuve que largarme no sin antes haber impreso una fotografía de la artesana en la que se la ve sujetando a sus famosas figuritas y que me sirvió de referencia para la actividad del instituto.
Sin embargo, ese runrún no me lo quité de la cabeza. Finalmente pinté los Novios y formaron parte de aquel mural de “artesanía tradicional canaria” que se inauguró la misma mañana que celebramos el treinta de mayo yendo a clase con fajín, polainas, enaguas y corpiño. Lo que nunca nadie supo fue que también pinté a uno de ellos con tetas y cuca y a otro con rajita y sin pechos, y también puse a dos Novios con cuca y a dos Novias con rajita. Pero esos dibujos de las figuritas no me atreví a ponerlos nunca en el mural por no querer incomodar a nadie que lo interpretara como una “ofensa”. Ahora soy consciente de que necesitaba, como seguramente muchas personas que conocía del instituto, contar con imágenes en las que referenciar nuestra propia disidencia sexual y diversidad corporal. Imágenes que, además, fueran cercanas y ligadas al territorio que habitamos y a la canariedad que nos atraviesa. Me pregunto qué pensaría Dorotea de esto si estuviera viva. Si ella también cree, como yo, que las posibilidades de cuerpos y parejas que se representan con sus conocidas figuritas, también pueden tener en cuenta esa realidad innegablemente vinculada con la canariedad y tan antigua como los volcanes de estas islas. Cuando visité Lanzarote por primera vez, con apenas dieciocho años recién cumplidos y en compañía de tres amistades con quienes estuve más de una semana de acampada en La Graciosa, me volví a acordar de ella al entrar en una tienda de recuerdos de Arrecife y ver de nuevo a los Novios. Quise contactar con sus familiares y con quienes siguen manteniendo viva la tradición de dar forma a esta pareja de cuerpos para plantearles mi inquietud. Incluso pensé en acercarme al lugar donde descansan los restos de Dorotea y enramar su lápida con crisantemos blancos como hago siempre con mis abuelas y abuelos en esos cementerios de Daute rodeados de plataneras. No me atreví a hacerlo.
Pasaron muchos años desde aquel mural y aquel viaje sin volver a leer ni pensar sobre la vida de esta locera. Sin embargo, a día de hoy sé que la vida y obra de Dorotea de Armas Curbelo son habitualmente empleadas como recurso que a su vez visibiliza la relevante participación activa de las mujeres canarias en la conformación de nuestra cultura. Seguramente se le dibujaría una sonrisa en sus finos labios y se le arrugarían los ojos tras las gafas si supiera que miles de personas de todas las islas pueden conocer su labor artesana y mantener vivo, a través de la memoria, su legado. Igualmente no puedo evitar preguntarme, mientras tecleo estas líneas en mi ordenador, si es posible que haya alguien preadolescente o adolescente de algún instituto del Archipiélago, como fue mi caso, que también se planteará la misma cuestión que me surgió aquella vez. Y que dibuje en la última página de su libreta, esa en la que escribíamos nuestros secretos, nombres de ligues y fechas de amor, a un Novio, una Novia o une Novie del Volcán con un cuerpito o con una pareja en los que proyectar su propia realidad. Porque al fin y al cabo todas venimos de la misma lava, tierra y arena que surgen desde el interior del volcán.