Mi intención no es hacer una biografía de Fabiola Socas Luis. Ella es ya una mujer cuya voz puede escucharse en cualquier medio de comunicación, y cuya biografía y obra puede rastrearse fácilmente en entrevistas en la prensa, en las redes sociales, en Google, en YouTube etc. Por otro lado, recientemente se ha publicado su biografía novelada, a cargo de la escritora Isabel Medina. Por eso no me gustaría hacer una biografía al uso, aunque no podré prescindir de datos biográficos, para no perder el hilo de lo que quiero contar de ella. Así que voy a intentarlo.
Fabiola Socas Luis: la Música
Su voz ilumina el paisaje. Sea el que sea, nos lo hace ver de otra manera, lo sensualiza de tal forma que lo sentimos cerca, lo olemos, lo tocamos, lo hacemos nuestro, dejándonos, a veces, un olor a maresía, otras a brezo, otras a tierra y, con ello, un sentimiento que oscila entre el amor y la magua.
Ya en el vientre de su madre, escuchaba voces que tal vez no pudiera identificar con algo que llenaría su vida: eran los tangos y los fados de su madre, la voz de su padre, cantando folías con los Chincanayros, mientras viajaba con ellos —digamos que de “polizón”— a Venezuela.
En Icod de los Vinos, su tierra natal, un 21 de marzo de 1977, Fabiola no vio la luz, nos la trajo, porque hay más luminosidad en su rostro y en su voz que en la de muchos ojos que solo miran, como de pasada, lo que tienen a su alrededor. El canto de los pájaros, anunciando la primavera de ese año, se unió al nacimiento de una voz que tendría de ellos el impulso incontrolable por anunciar la vida.
Rebeldía y superación
¿Por qué la música? ¿Por qué no Periodismo o Derecho? Esas preguntas se las hace una niña que, a los cinco años y vestida de amapola, en los Carnavales de su ciudad, se subió al escenario y cantó la canción que hace referencia a su disfraz, acompañada al piano por José Félix Luis-Ravelo (Pepe Floro).
¿Rebeldía, deseos de experimentar cosas nuevas? Pienso que las dos cosas a la vez.
Para Fabiola, la música era tan natural como respirar o comer, como los brazos que la acunaron, la voz de su abuelo que le contaba cuentos y le cantaba para que se durmiera, como las folías que cantaba su padre, como los fados y tangos de su madre. Tal vez por eso quería tener otras experiencias.
Sin embargo, un día tuvo la oportunidad de cantar con un grupo, el grupo Agarfa, en el que también cantaba su padre, y fue como retornar a sus raíces, como un reencuentro con esa música que ya no dejaría. Ya desde los nueve años entró a estudiar en el Conservatorio de Música, a pesar de alguna que otra mente obtusa que ponía en duda su capacidad para terminar los estudios, dada su ceguera. Se conoce que esta persona no tenía ni idea de quiénes eran Stevie Wonder, José Feliciano o Ray Charles, dijo Fabiola en una entrevista. Ni a ella, añadiría yo.
En busca de sí misma
Me busco y no me encuentro/ Rondo por las oscuras paredes de mi misma. Estos versos de Josefina de la Torre recuerdan a esa Fabiola que, a la mitad de sus estudios de Música y Composición, y después de colaborar con varios grupos en pueblos y ciudades, en radio y televisión, llegó un momento de su vida en el que se plantea la pregunta: ¿quién soy yo, verdaderamente?
Y para buscar respuesta a su pregunta elige trasladarse a otro lugar, fuera de la isla, lejos de la protección de sus padres, pues esa distancia que ponemos entre la seguridad que nos ofrece lo conocido, nos hace reaccionar y mostrarnos ese otro lado de nosotros mismos que desconocemos. Y Fabiola decide encontrarse y, al mismo tiempo, aprender a desenvolverse en el día a día. Para ello marcha a Sabadell. La ciudad le ofrece la oportunidad de ser autónoma e independiente y ella no desaprovecha la ocasión.
Pero ¿qué pasa con la música?
A su regreso, ella misma confiesa en una entrevista: «Yo estaba ya muy cansada de programas de folclore en la televisión —hay que distinguir lo folclórico de lo tradicional— y creía que esto me alejaba de lo esencial de la música canaria que yo quería buscar».
Paradójicamente, tal vez, fue el Conservatorio el que la puso en el camino, cuando le mandaron hacer un trabajo sobre el folclore canario.
Claro que su reacción no se hizo esperar: ella huyendo del folclore y le sale al encuentro a través del Conservatorio. Sin embargo, Fabiola elije investigar acerca de los ranchos de ánimas, y tuvo la fortuna de encontrarse con Carmen Nieves Luis García, una excelente etnomusicóloga que la acercó a un patrimonio musical canario muy poco conocido. Fue en esos momentos cuando reconoció que la investigación y la música de su tierra era «un amor para toda la vida».
El cantar hace libre a Fabiola Socas Luis
Fabiola Socas siempre ha asegurado que sus padres le dieron las raíces, la afianzaron en ellas, le enseñaron la responsabilidad, pero también la libertad, algo que ella reivindica siempre, no sólo para sí misma sino para los demás, da igual lo que cante.
Plagiando al gran poeta oriolano Miguel Hernández podría decir de Fabiola que: Su cantar la hace libre/ le pone alas/ soledades le quita/ penas le arranca. Porque en Fabiola, igual que en todos los que gozamos de la existencia, no siempre los días son hermosos ni azules.
Aparte de las dificultades que tuvo para sortear escollos, con la tenacidad que la caracteriza, y terminar su formación musical, también conoció las ausencias. Una de las primeras fue la de su abuelo, le siguieron otras de personas que la habían acompañado en su carrera, como Pepe Floro que la acompañó al piano en el año 2010, mientras Fabiola cantaba, precisamente Amapola. Fue la última vez que pudo acompañarla, pues murió cuarenta y siete días después.
Y el más reciente y también el más doloroso: el de su padre, en plena pandemia.
Pero allí estaban su madre y Orlee, su perra guía y todos sus compañeros en la música y en las querencias, y también ¿cómo no? la propia música y la voz de su padre, recogida en un álbum, titulado Álbum de recuerdos, testimonio de unos ayeres luminosos.
El amor, los amores
El poeta Luis Feria escribió un hermoso poema titulado El amor, que dice así:
Si sientes un aroma que persiste/ súmelo en ti, adéntralo en tu pecho;/ un amor nunca acaba; se recobra/ Un amor: un dolor;/ agradece: pervives.
Una bella definición de un sentimiento casi inefable. Y para Fabiola Socas Luis también llegó ese amor que nunca acaba, que se recobra, aunque esté lejos. Y así escribe y canta su primer CD, Poemas y se une a otras voces En el camino.
Y entre estos amores que se extravían y se encuentran, que se acercan o se distancian, la música pone un fondo de luces y sombras, de sonidos acordes, de ruidos discordantes. Pero sobre todos ellos permanece la sinfonía que nos invita a existir, a ser, por encima de las horas oscuras. Fabiola lo sabe, e interpreta su propia sinfonía que tiene mucho de raíces y de proyección hacia un futuro de Recuerdos. Y así va musicando las hojas de un diario, en el que plasma amores y luchas compartidos.
Pero surge un elemento más en toda esta cadena de afectos; una pieza muy importante para su vida, ya que produce en ella un cambio sustancial: su perra-guía Orlee. Una perrita preparada, inteligente y apacible, que llegó a su vida hace unos cuantos años y con la que se produce un vínculo de lealtad y cariño que aumenta con el tiempo. Algo que no imaginaba y, acaso, ni soñó, y ahora llena una gran parte de su vida.
La mujer reivindicativa
Fabiola, desde pequeña, está haciendo preguntas.
Le molesta todo aquello que le parece injusto o fuera de lugar, tanto en la música como en la vida.
No es de extrañar que, cuando empezó su trabajo de investigación sobre las tradiciones canarias, se diera cuenta de la falta de medios y apoyos, pues, como ella misma afirma, los “poderes” públicos no toman conciencia de la importancia que tiene la cultura y, en su caso, la cultura musical tradicional. Protesta, y con razón, de que trabajos de investigación como el de su equipo, se hagan de forma voluntaria.
Una injusticia y un menosprecio que ella, valientemente denuncia con palabras como: «…las personas que ocupan cargos deberían estar mejor asesoradas… Sentir el pulso de lo que se está haciendo y de la necesidad urgente de que hay que difundir la cultura». Pero ella no solo protesta, también aporta ideas y soluciones, como la de crear centros de archivos y, aún más: crear un gran archivo en Internet para que pueda estar al alcance de todo el mundo, al mismo tiempo que afirma la necesidad de acercar las nuevas tecnologías a las personas ciegas.
Fruto de estas reivindicaciones, por fin, el año 2021 se crea la Federación Regional de Asociaciones de Folklore de Canarias 8 Islas, que «tiene como objeto la investigación, promoción, difusión y dignificación de la enseñanza y la práctica del folklore y demás tradiciones en Canarias.»
Por otra parte, Fabiola Socas siempre ha defendido y promovido la unión de culturas y de diferentes lenguajes. Ya había experimentado esta unión en uno de sus primeros trabajos grabados en CD: El viento y las adelfas, título de un libro de Elsa López, que colabora recitando sus poemas, a los que se unen la voz de Fabiola y el acompañamiento instrumental de dos de sus grandes amigos: Juan Carlos Pérez Brito y Domingo Rodríguez, “El Colorao”. Pero ella va más allá, y busca otras culturas cercanas que incorporar a la suya, como la cultura africana, tan cercana y, al mismo tiempo tan ignorada.
Y así, con Alberto Méndez, Luisa Machado, Julio González, Sergio García y Kino Ait Idrissen, conforma el grupo Ait Nahaya, que significa “Hijos de hombres dignos”, un grupo que reivindica las bondades de la fusión de culturas.
Y sigue el canto de Fabiola Socas Luis
En un poema del libro La rosa y el resplandor, Pino Betancor, que amaba la música, escribió: Las raíces del mundo/ nacen con este canto. Son de agua las piedras, son la sangre/ celeste de los pájaros.
De esta forma, el canto de Fabiola Socas Luis sale de esas raíces del mundo y se ramifica, con toda la fuerza de la rebeldía, y la reivindicación de una mujer cuyo ejemplo debe servir de acicate para seguir adelante, pese a todas las dificultades que el mundo nos presente, con lo que verdaderamente queremos hacer y ser.
Gracias por existir.
Cecilia Domínguez Luis