Izaskun Legarza y la Librería de Mujeres de Canarias: Lana o libros

Un perfil sobre Izaskun Legarza Negrín, la fundadora de la Librería de Mujeres de Canarias

La Librería de Mujeres de Canarias

Es un día de nubes bajas y calor aplastante en Santa Cruz de Tenerife. Una presión violenta se agarra del aire, como el anuncio de una tormenta tropical que todavía no estalla. La calle Sabino Berthelot está casi vacía. Algunos funcionarios toman el fisquito de café de la media mañana, repartidores con gorra roja jalan carretillas de un lado al otro. En el número 42 hay una puerta abierta. Una perra sata sale del negocio y forma un tremendo aspaviento. Es una perra bien vestida, o, más bien, con una desnudez bien adornada: lazo azul cielo y calcetines naturalmente blancos en las patas de alante, una chapa de metal que dice Leia. Es un animalito independiente, de esos que cruzan el paso de peatones y entran en los bares para que les den un codito de pan duro.

Después de ladrar un rato con la cabeza levantada al aire, vuelve a entrar en la librería. Por aquí anda Izaskun, parece que dice. Izaskun Legarza Negrín está sentada delante de una tonga de libros nuevos. Un poco más allá, alante de unas cajas de cartón con más libros, María José Legarza Negrín, Mase. Las dos mujeres que colocan libros en las estanterías son hermanas. Tienen mucho parecido. Tienden a confundirlas. Las dos tienen el pelo corto, canento, casi blanco. Ambas son las responsables de una de las librerías más reconocidas de las islas: la Librería de Mujeres de Canarias, un establecimiento que abrió hace once años.

— A ver… ¿por qué cambié? Yo cambié porque estaba quemadísima. Llevaba dieciocho años dando clase. Me encantaba dar clase —me sigue encantando—, pero se me juntaron un montón de condiciones personales. Entre otras cosas, descubrí el feminismo. Yo siempre fui una triunfadora en los estudios, siempre me fue bien. En el trabajo me sentía considerada. Tenía esa idea que, por desgracia, muchas mujeres siguen teniendo: que todo era una cuestión de esfuerzo personal, que para situarte al nivel de los tíos solo tenías que hacer un esfuerzo mayor que el resto, pero que, una vez lo hacías, ya se terminaba la discriminación. Durante todos esos años me fui dando cuenta de que la discriminación era mucha.

Izaskun Legarza Negrín

Izaskun habla mientras sostiene algunos libros en las manos. Viste con ropa vaporosa, fresquita. Es una mujer desinquieta, habladora. Parece que la ropa que lleva puesta siempre está hecha a medida para ella; para moverse y hablar y recomendar libros con mucha precisión. Nació el 18 de mayo de 1963, en El Toscal, Santa Cruz de Tenerife. Estudió Geografía e Historia y se dedicó al magisterio casi toda su vida. Después de muchos años en el sistema educativo, se cansó. Abrió la librería y, a los dos años, se incorporó su hermana.

—Desde el primer año en el colegio, me empezaron a llegar comentarios de las familias respecto a mi forma de vestir. La consideraban inadecuada para la enseñanza. Yo tenía veintinueve años y un físico estándar. Me vestía como me daba la gana, obviamente. Luego, empezaron los comentarios desde dentro del centro, de parte de la dirección. El trato era muy desigual. Éramos casi todas maestras, mujeres. Los comentarios siempre los hacían con la excusa del cachondeíto cariñoso: mira cómo vas vestida; el culo que tienes; el pelado que te echaste, que pareces una putita francesa. Se suponía que era un ambiente de izquierdas, pero esas cosas estaban a la orden del día. Acababa de tener a mis dos hijos seguidos y supongo que tenía la depresión posparto pertinente. Justo en ese momento, echaron a un compañero al que aprecio mucho, me dio el arrebato y me fui. La gente siempre piensa que lo hice por los niños, por los adolescentes, pero no. Yo siempre especifico que me fui por la realidad de los adultos y las adultas, por esas estructuras establecidas.

¿Una tienda de lanas o una librería?

Izaskun abandonó su profesión de maestra con el apoyo de su hermana Mase y de su pareja de por aquel entonces. Cuando lo hizo, tuvo dos certezas: la primera, que solo tenía dos años de paro y dos hijos, ninguna casa, ningún coche, muy poco en la vida; la segunda, que no sabía hacer demasiadas cosas. Solo era habilidosa en dar clase y leer. De la primera opción ya había descubierto la cara más desagradable, de la otra no se desprendían muchas opciones. A lo mejor bibliotecaria o algo que tuviese que ver con los libros. Siguió pensando. Se acordó de que la madre siempre había soñado con tener una tienda de lanas o una librería. Seguramente Izaskun se imaginó delante de en un mostrador entregando el ovillo de lana turquesa a esa clienta que le quería hacer una bufanda a la prima segunda malita de artrosis. Solo de pensar en la posibilidad se le erizaron los pelos de la espalda. Estaba claro que tenía que ser una librería; pero, ¿cómo?

—Yo creía que la zona Santa Cruz-La Laguna ya estaba cubierta de librerías generalistas. Me dije que tenía que ser una librería especializada. Estuvimos dándole vueltas a una infantil, pero ya había. En aquel momento yo estaba muy preocupada por el asunto de la discriminación hacia las mujeres y pensé en la Librería de Mujeres de Madrid. Pensé que era un espacio que siempre me ha gustado. Cuando se lo planteé a ellas me dijeron que estaba como una cabra, pero eso ya yo lo sabía. Me dijeron que hacerlo sola iba a ser imposible, pero una de ellas me animó: Elena, una de las libreras que ya murió. Me decía tú eres una chica lista, tú vas a poder. Y, bueno, entonces decidí coger los meses de paro que tenía, usar ese dinero y alquilar el local. Dijimos venga, palante, y aquí estamos.

Leia está echada sobre el sillón al lado de la puerta. Las patas le cuelgan en el aire, respira tranquila. Una mujer revisa la sección de ensayo y agarra un libro de bell hooks. Mase la acecha desde una esquina. Las paredes están atestibando de libros, hasta los topes. Cada estantería tiene el cupo cubierto y muchas veces lo excede. Hay mesas y mesas y cajas y más cajas y rincones con todavía más libros que no encuentran espacio en las estanterías. Todos ellos son títulos firmados por mujeres escritoras. Son tantos que, dentro de la librería, fluye una sensación de que se podría morir por escachamiento. En todo caso, se trataría de una muerte dulcita, como de asfixia por culpa de una tonga de conejitos peludos. Pero no siempre fue de la misma manera. Hubo un momento en el que la librería tuvo más bien pocos libros.

La inauguraron el 6 de julio de 2010, en víspera de San Fermín. Habían pasado unos dos años desde el estallido de la crisis de 2008. Aquel día, tan solo 2000 euros en libros ocupaban las estanterías. Todos colocados con la portada mirando al frente, ninguno de canto. Las libreras de Madrid le recomendaron a Izaskun que lo hiciera así para disimular la escasez de ejemplares. En la puerta del negocio aparecieron más de doscientas personas e Izaskun se quedó sorprendida. Los nervios le tensaban el cuerpo. No sabía de dónde había salido tanta gente. Un amigo de ella, pamplonés, botó un chupinazo que hizo que saltaran todas las alarmas de los coches de la calle Sabino Berthelot. Era un auténtico tenderete. La alegría, casi una piedrita brillante que se podía agarrar con las manos, pero los augurios para la librería no eran demasiado buenos.

—Me asustaron. Me dijeron que si no tenía experiencia en la gestión de librerías no iba a saber cómo elegir yo los libros de las autoras, porque eso no venía en ningún catálogo. Era verdad y eso sigue siendo un error. En las fichas puedes encontrar autores por nacionalidad o generación, pero no por género. Aún hoy, muchas veces, las fichas siguen usando el genérico “escritor” también para las autoras. Muchos distribuidores cuestionaron mi capacidad para seleccionar solo a las autoras, me dijeron qué cómo lo iba a conseguir. Yo les dije que leyendo, que eso sí sabía hacerlo bien. Me daban un año de vida como máximo, me decían compra los libros e inténtalo, pero el fracaso ya está cantado.

Izaskun Legarza y sus libros, amistades y nuevas autoras

—Si tuvieras que hacer un balance de todos estos años, ¿qué dirías?

—Depende del día. Casi siempre, cuando me levanto, estoy fatal, y media hora después del café ya me siento como “sí se puede”. Creo que cada día diría una cosa distinta. Una vez una exalumna me dijo: Si te planteases cerrar la librería no pasaría nada, ya hiciste la labor que hacía falta. La librería ya queda como un hito de Santa Cruz. Yo realmente creo que hemos reactivado la cultura de la isla y, además, hemos hecho muchas amigas. Yo abrí con casi cincuenta años la librería y los psicólogos y las psicólogas siempre te dicen que las amistades se forjan en la infancia y en la adolescencia, pero yo he hecho muchas amistades desde entonces. Tan solo eso, mi vida como feminista rodeada de amigas, ya me vale. Después, la propia librería me ha hecho conocer a un montón de autoras nuevas. Y, a nivel personal y familiar, ha sido muy positivo. Aunque sea una persona depresiva, hoy, incluso antes del café, yo haría una valoración buena.

—¿Alguna vez pensaste que de verdad iban a tener que cerrar?

Sí, me lo he planteado varias veces y el último año muchas, porque es verdad que económicamente no es del todo sostenible. Son cinco personas viviendo de una librería: yo, mis dos hijos, Mase y su hija. Muchas veces miro las cuentas y pienso: No, esto hay que cerrarlo porque no da. Entonces veo en la pantalla del ordenador la opción del crédito y digo: ¡PUM, 15.000 euros! Cierro los ojos y, claro, eso hace que cada mes tengamos que pagar más, pero a la vez vamos tirando. Este año recibimos por primera vez una ayuda del Ministerio de Cultura, para hacer la página web, que va a salir dentro de poco. A veces me pongo límites. Pienso: Si llegamos a esta fecha y no se ha estabilizado la balanza de pagos, como dicen los economistas, lo ideal es cerrarlo. Pero yo, en el fondo, no me veo cerrando la librería.

—¿La profesión de librera te gusta? ¿Piensas que está idealizada?

Yo misma la tengo idealizada, si le quito la parte romántica es horrible. Hay dos vertientes que tienes que compatibilizar y yo llevo muy mal una de ellas. La librería es un negocio. Hay que mantener las cuentas al día, pagar tus impuestos, hacer los pedidos en función de la lógica de las ventas… Esa parte yo la llevo fatal, soy muy mala vendedora, lo reconozco. Hay un problema de base: yo soy anticapitalista, este sistema me parece una porquería deshumanizante; entonces, algo tan…—no voy a decir sagrado porque también soy atea—, algo tan bello e importante como la lectura convertido en una transacción económica me cuesta.

El chiquito ladrido de Leia avisa de que alguien cruza la puerta. Son una madre y la hija. La niña, que tiene el pelo estofado y largo, se acerca a la perra. “A Leia no le gusta que la estén molestando”, le dice la madre. Después de anunciar la llegada de las nuevas visitantes, la perra vuelve a echarse en su puesto del sillón de la entrada. Se deja dormir tranquila, como quien llega a casa después de una tremenda jornada de trabajo.