Leocricia Pestana Fierro

BRINDIS

Brindo por el sentimiento
más grande que el alma encierra
y que derrama en la tierra
consuelo a la humanidad;
que se agita en todo pecho
do late un gran corazón;
brindo por el buen masón,
brindo por su caridad.

***

Gallarda y caprichosa una barquilla
engolfose del mar en la extensión,
rodeola la espuma; pobrecilla;
olvidose del riesgo en su ambición.
Nunca pudo tocar la opuesta orilla
y halló tumba en las ondas su ilusión.
Mirando en esa barca mi cantar
adivinas que tu álbum es la mar.

SONETO

¡Alas! ¡Alas!

La inicua Inquisición, en sus prisiones
a Galileo, temerosa encierra
creyendo ¡torpe! sujetar la Tierra
y hacerle abjurar sus convicciones.
Apoyándose en viejas tradiciones,
envidiosos, a Harvey mueven guerra…
y el mentís de la sangre les aterra
que, al bullir en sus viles corazones,
que a despecho de envidias y cadenas
del mundo en el eterno movimiento logra
el genio lucir sus ricas galas.
Cuando vuela atrevido el pensamiento,
y alcanzando regiones más serenas
despliega audaz sus prepotentes alas.

A LA SOCIEDAD “LA COSMOLÓGICA”

Alborece, y un cielo nebuloso
sus nubes amontona en el Oriente,
cual si la oscura noche, aunque impotente,
defendiera su imperio tenebroso.
Brilla del sol el disco poderoso,
y al fulgurar su rayo omnipotente,
cubre la noche su luctuosa frente
bajo un manto de luz, esplendoroso.
En el cielo infinito de la idea
que el pasado velara sin conciencia,
la llama creadora centellea…
¡Paso al sol fecundante de la ciencia,
y el hombre libre siempre sea
al inundar de luz su inteligencia!

A LA SOCIEDAD «AMOR SAPIENTIÆ»

Con férreo diente la corteza dura
de nuestra madre tierra, audaz destroza
el arado, que mano vigorosa
va impulsando por árida llanura.
Al desgarrar cruel su vestidura
deja en el surco la simiente hermosa,
que mañana la lluvia generosa
transformará en guirnaldas de verdura.
Así también, sin que te arredre el peso,
Amor Sapientiæ, tu saber prodiga
surcos abriendo al pensamiento humano,
que en el extenso campo del progreso
¿quién no piensa al coger la rubia espiga,
en la mano feliz que sembró el grano?

***

La historia y la leyenda nos refieren
qué allá del Asia en la feraz llanura
hay un árbol, que pierde su frescura,
si los rayos del sol sus ramas hieren.
El matinal albor le agosta, y mueren
las flores de purísima blancura,
que, para dar perfumes y hermosura,
sombras, misterio y soledad prefieren.
¡El sol de nuestra ardiente simpatía
no vierta sobre mí sus resplandores!
que tan sólo en la sombra, la voz mía
tal vez logre venciendo sus temores,
que el árbol de mi estéril poesía
pueda brindaros olorosas flores.

TANAUSÚ

Fuerte, leal, sincero y valeroso
confía en el honor del castellano
el capitán palmero, y pisa el llano
acudiendo a la cita presuroso.
Que no abriga en su pecho generoso
nunca el temor de un proceder villano,
y el caudillo español pone ¡inhumano!
en quien libre nació yugo alevoso.
Y justa e imparcial dirá la Historia:
con nobleza, lealtad, fuerza y bravura
la derrota se ostenta cual trofeo;
De Tanausú vencido fue la gloria.
Junto a su hermosa colosal figura,
Lugo, el conquistador, es un pigmeo!

Leocricia Pestana Fierro
Fuente: Diario de Avisos

He comenzado por presentar algunos de sus poemas porque creo que es importante leerlos y luego conocer la vida y el nombre de su creadora, Leocricia Pestana Fierro. Lo hago así para que sepan qué emociones, qué conocimientos y qué valores tenía quién ha escrito esos versos y entender o, mejor dicho, no entender por qué su nombre ha pasado desapercibido para la gran mayoría de críticos, historiadores de la literatura y autores del canon literario cuando su trabajo fue valorado y reconocido por intelectuales y escritores de su tiempo que alabaron su personalidad, su fuerza intelectual y su mérito como poeta.

En la actualidad, algunos investigadores dedicados a la búsqueda de personajes interesantes de nuestras islas han reconocido su importancia.. Tenemos, por ejemplo, las referencias que hace de su obra Manuel de Paz. De sus sonetos dice que tres son los más representativos por ser los más nombrados: a Tanausú, el gran mito de la isla de La Palma; a Muñoz Torrero, por su canto al liberalismo y a la idea de soberanía nacional y, finalmente, su poema A la Sociedad «Amor Sapientiæ». A estos habría que añadirles el soneto La inicua Inquisición como canto al librepensamiento, Deprecación como crítica religiosa, y el dedicado a la sociedad La Cosmológica en el que nos dice que la Ciencia nos hará libres.

¿De quién habla Manuel de Paz? ¿A quién van dirigidas sus palabras? Sencillamente se está refiriendo a Leocricia Pestana Fierro, poeta de la isla de La Palma. Y de ella son los poemas con los que encabezo este artículo. Yo misma, hace años, publiqué un trabajo sobre dos escritoras canarias marginadas y olvidadas; dos escritoras “invisibles”: Agustina González Romero, “La Perejila” y Leocricia Pestana. Ni las citan ni se ven ni están catalogadas en parte alguna excepto en honrosas circunstancias en que un editor decide publicar un texto sobre ellas o un investigador decide ponerse manos a la obra para rescatarlas del olvido. Las razones de su invisibilidad son claras. La una por su actitud retadora, por su lenguaje corrosivo y su conducta antisocial frente a una sociedad que la obligó a marginarse y contra la que ella escribió; la otra por su posición moral al margen de lo establecido por una burguesía pacata y ordenada según los criterios sociales y religiosos del momento. La Perejila porque rompió imágenes y posturas que la sociedad de su época consideraba que eran las adecuadas. Leocricia por ser librepensadora, republicana, anticlerical, declararse cercana a pensamientos fuera de lo común en una mujer de la alta burguesía canaria y por su actitud contra esa misma burguesía y dar su apoyo a las mujeres y a los trabajadores.

A través de la documentación manejada por sus biógrafos, a Leocricia se le aplican los adjetivos de “Seguidora del Librepensamiento”, “partidaria del Libre Examen”, “pensadora”, “racionalista”, “liberal” y “anticlerical” y, aunque no era creyente, siempre manifestó respeto hacia las religiones siendo partidaria de una laicidad positiva, no excluyente. Fue una firme defensora del racionalismo y de la igualdad y libertad de las mujeres. Era una admiradora y seguidora de Francisco Ferrer i Guardia, el padre de la llamada Escuela Moderna, un método revolucionario de enseñanza que fomentaba la libertad, la igualdad y la fraternidad, postulados que ella asumía totalmente. Cuando Ferrer fue asesinado, Leocricia tenía 56 años.

Pequeños apuntes biográficos sobre Leocricia Pestana Fierro

Leocricia Pestana Segunda. Nace el 19 de agosto de 1853 en una familia de la burguesía de Santa Cruz de La Palma. Fue bautizada en la parroquia de El Salvador el 11 de enero de 1854 con el nombre de Leocricia Segunda de las Angustias por haber nacido después de la muerte de otra hija del matrimonio, también llamada Leocricia que muere el 23 de septiembre de 1853 un mes después del nacimiento de la que sería bautizada con el nombre de Leocricia Segunda. Es hija de José Gabriel Pestana Brito estanquero, depositario de propios y procurador del juzgado y prestamista perteneciente a la burguesía de Santa Cruz de La Palma, y de María del Rosario Fierro Camacho. El matrimonio tuvo siete hijos. Al no ser obligatoria la enseñanza, al manifestar una muy buena inteligencia y al ser de la clase media acomodada, Leocricia realizó sus estudios de Primaria y Secundaria en la casa familiar con un profesor particular, Blas Carrillo Batista que le tuteló los estudios y dirigió la lectura, la escritura, el cálculo y demás materias, y era, además, el padre de Dionisio, el que años más tarde sería su marido.

Era una niña muy sensible y soñadora, lo que, unido a la muerte de muchos de sus seres queridos fue forjando en ella un carácter tímido y reservado. Leocricia, desde muy pequeña, tenía pasión por la lectura. Durante toda su vida fue adquiriendo libros llegando a tener una biblioteca excepcional para la época y, más aún, tratándose de una mujer. La educación recibida, la admiración que sentía por las ideas pedagógicas de Ferrer, y las ideas masonas que comparte con su hermano Segundo Gabriel, cofundador de la logia Abora 91 de la isla de La Palma, hacen de ella una firme defensora de las ideas que la llevaron a ser clasificada de filomasona, aunque nunca llegó a inscribirse en la masonería.

Quienes la conocieron la describen como una mujer tierna y compasiva preocupada por los necesitados y pendiente siempre de los más necesitados. José Suárez Bustillo, uno de sus biógrafos, dice de ella: «Leocricia era de estatura media, en torno a 1,60, delgada, pelo recogido y siempre bien peinada, frente despejada y ancha, piel rosada, fina, agraciada de cara, de sonrisa graciosa, voz deliciosa, mirada ardiente, agradable, delicada en el trato y sensible. Muy pulcra en su persona. Vestía a la moda de su juventud, con trajes de color negro o blanco, largos y con cola». Y así aparece en los retratos: erguida, retadora, la cabeza bien alta y el mentón hacia adelante. A Don José Apolo de las Casas que la observaba con los prismáticos desde la Huerta Nueva, le parecía “una musa, un ensueño, una divinidad pintada de blanco, que leía, leía sobre la ladera del barranco toda la literatura liberal desde la Revolución Francesa en adelante; que el año de 1789 era para ella un altar, un lábaro, un sol sin límites”. Sebastián Padrón Acosta la apoda “ruiseñor de la selva palmense”. Otro personaje de la época, Crisóstomo Ibarra, escribió sobre ella explicando cómo de joven contemplaba a la dama desde lejos, “aquella figura de mujer, blanca y pálida como un lirio o una magnolia, que se deslizaba bajo las luces crudas del sol por entre los rosales y las enredaderas que trepaban por los muros de su jardín, siempre escoltada por dos rubios felinos que iban rozando su falda, larga como una túnica grieta…” y, en fin, Antonio Acosta Guión la describe con las siguientes palabras: “Oh solitaria Leocricia, capirote que desgranas de tarde en tarde la preciosa pedrería de tus estrofas, junto a la fuente de tu jardín misterioso…”.

La Quinta Verde y Leocricia

Ese jardín misterioso no era otro que el de la Quinta Verde un lugar privilegiado de la ciudad de Santa Cruz de La Palma donde Leocricia, al atardecer, pasaba tiempo sentada en la parte alta contemplando el mar. La finca de 9.000 metros cuadrados constaba y aún consta de una casona rodeada de densos jardines. La casona fue construida en el siglo XVI. Esta hacienda fue la residencia de la familia Massieu y era el lugar donde solían ir a veranear. Era también una de las despensas con las que contaban los Massieu, quienes mantuvieron importantes contactos comerciales con Inglaterra en una época en la que el vino, junto con la caña de azúcar, era uno de los mayores motores económicos de la isla de La Palma. Fue bautizada como La Quinta Verde por el color que sus primeros dueños dieron a la carpintería y es uno de los mejores ejemplos de construcción suburbana que existe en Canarias. Una portada con un marco de piedra molinera negra da paso a esta inmensa propiedad. El camino de acceso conduce a una gran escalinata de piedra que, adosada al risco, lleva hasta una segunda portada de cantería roja. El paseo sigue hasta el terreno situado delante de la casona y, una vez dentro, la arquitectura tradicional canaria, da la bienvenida a través de un patio central coronado por una fuente. Pronto se llega, como mandaban los cánones religiosos de la sociedad palmera, a una capilla que guarda todo su artesonado, como el de una iglesia, pero de origen mudéjar y cuya cubierta combina las formas geométricas arabescas con unos querubines propios de la cultura católica.

Leocricia Pestana Fierro
Fuente: Biblioteca de Canarias

En 1897 Leocricia Pestana se casa con Dionisio Carrillo Álvarez, fotógrafo. Fue un matrimonio de conveniencia, habitual en la burguesía de aquellos años. Incompatibles a nivel político y sentimental, al año siguiente de casada, se traslada a la Quinta Verde propiedad de su hermano Segundo que había comprado la hacienda a Antonio Álvarez Rodríguez. Leocricia, enamorada de ese lugar, solía visitarlo con frecuencia y es allí donde se da a conocer en las reuniones y comidas de los masones a las que asiste y es precisamente en ellas donde lee sus poemas y comienza a ganarse prestigio como escritora. A la muerte de su hermano, soltero y sin descendencia, Leocricia se constituye en su heredera y pasa a ser propietaria de la Quinta Verde. Sin embargo, a causa de un gravamen que pesaba sobre la finca y al no poder hacer frente a la deuda, llegó a un acuerdo con el nuevo propietario. Mediante aquel compromiso Leocricia le cedió la propiedad, pero se reservó para su uso la parte alta de la Casona y los jardines inmediatos.

En aquella casa recibía a intelectuales de relieve y a quienes mostraban un interés especial por conocerla. Según describe Jaime Pérez García era allí donde “Leocricia recibía sus visitas en una sala luminosa, despacho-biblioteca, cuyas paredes aparecían cubiertas por estantes repletos de libros; al centro de la habitación, una mesa de trabajo con papeles y más libros, y al fondo, un estrado donde, sentados, se iniciaba la conversación. La anfitriona, de rostro fuertemente maquillado, observaba a sus visitantes tras unas gafas de gruesos cristales con unos ojos que revelaban su inteligencia; entonces hacía gala de su trato afable y afectuoso. Su cultura era vasta; sus ideas, firmes y claras, que no vacilaba en exponer; consideraba a la mujer española esclava de la Iglesia y llena de prejuicios, y criticaba con pasión toda tiranía. Le encantaba recibir a intelectuales de relieve, los que, de paso por La Palma, mostraban un interés especial por conocerla y mantener con ella gratos momentos de conversación; muchas veces los visitantes subían a verla acompañados por don Elías Santos Abréu, ilustre entomólogo, su médico y amigo”.

Leocricia Pestana y las veladas literarias

La invitaban a participar en veladas literarias o musicales donde leía sus poemas. Componía décimas, sonetos y quintillas con tal acierto que era requerida muchas veces para leerlas en público o publicarlas en periódicos y revistas locales. Son poemas muy del gusto de la época y por esa razón dejaba admirados a quienes acudían a escucharla y a conocerla. Sus versos y sus discursos en pro de la libertad de pensamiento la convirtieron en un personaje público a quien venían a visitar intelectuales de todo el archipiélago. Las crónicas y periódicos de la época hablan de sus apariciones públicas; sus debates frente a la burguesía conservadora de la isla y sus creaciones literarias que responden al espíritu de una mujer que sueña con ser libre y hacer libres a los que la rodean. Después de que en 1898 se trasladara a vivir a la Quinta Verde, se la veía bajar al centro de la ciudad en muy contadas ocasiones. Poco a poco, va dejando de mostrarse en actos públicos. Sin embargo, le siguen llegando invitaciones para que participe en veladas y le siguen solicitando que colabore con algún poema.

En los diarios Germinal, Islas Canarias y Fenix Palmense aparecen reseñas en las que se habla de sus apariciones públicas. El 11 de enero de 1905, se celebra una velada en su honor y Leocricia hace acto de presencia. Asistió a algunas más, como en la noche del 29 de diciembre de 1909, acontecimiento recogido por la prensa (Germinal, enero 1910): “… en nuestro teatro se celebró una velada literario musical en honor del poeta Emiliano Duke y Villegas. En ella formó parte la ilustre poetisa Leocricia Pestana de Carrillo…”. El 19 de marzo del año 1912 se celebró una velada literario musical en el salón principal de la Biblioteca Cervantes en conmemoración de las Cortes de Cádiz. Leocricia no asistió, pero Antonio Rodríguez Méndez se encargó de leer uno de sus sonetos. Otro soneto fue enviado a la Sociedad Sangre Nueva, para excusar su ausencia a un acto en el que fue invitada en 1914. Fue leído por el periodista Antonio Acosta Guión.

Su retiro en la Quinta Verde fue cada vez más acentuado. Debido a las muchas presiones sociales y familiares escribía muy poco y solo le quedaba la palabra con la que exponer sus ideas en las pocas reuniones y actos especiales a los que acudía. Componía sus versos cuando se los pedían o cuando no podía excusarse. Por lo que cuentan, y sobre todo en el último año de su vida, allí, en la casona, se ponía a leer composiciones poéticas y a exponer sus ideas. Ella misma declara entonces: “No crea que me contraría que mis amigos me vengan a ver. Para mí es una alegría y una satisfacción poder charlar con personas inteligentes. Mi apartamiento se traduce en misantropía y la calificación es injusta. Estoy casi sola porque no tengo quien me acompañe. Aquí leo lo que me va llegando; dialogo con mis flores y con mis gatos, y así, sin grandes inquietudes, veo pasar la vida. No frecuento la sociedad porque no sé hablar de modas ni de otras cosas que no me interesan ni entiendo. Soy, como usted verá, muy mujer, pero detesto frivolidad y chismografía. Sé que en torno mío se ha tejido una leyenda y que se me considera muy diferente de lo que soy”.

Siendo una persona afable y agradable en el trato, Leocricia Pestana vivió sin compañía y condenada a estar sola. En los últimos años de su vida, ya casi retirada totalmente de la vida social y cultural de la isla, le gustaba recibir sobre todo a los niños y niñas que iban a escucharla a los que regalaba flores y algún verso. Sigue recibiendo visitas, cosa que siempre fue de su agrado, y ya comienza a dar signos de cansancio.

El adiós de la poetisa Leocricia Pestana Fierro

Los amigos saben que su corazón no está bien, aunque ella les siga afirmando lo contrario. La noche del 4 de abril de 1926 supo que había llegado el final y escribió su última voluntad. Falleció de un ataque cardíaco mientras dormía y, junto a su cuerpo, uno de los gatos que la acompañaron en su retiro. Junto al cadáver, en un papel escrito a lápiz, sobre el velador, apareció su última voluntad. En la firma aparecía: Leocricia Pestana de Carrillo.

En el pedazo de papel, como si de una premonición se tratara, se podía leer: “Por si me muero esta noche, es mi voluntad que se me cubra con el vestido canelo de seda que está en mi escaparate y la mantilla blanca que también está en él. La librería será para la biblioteca Cervantes, es voluntad de mi marido y mía; lo que tiene mío Don Silvestre Carrillo, se empleará en el cementerio civil y mis muebles se venderán y se dará su valor a la masonería”. Según el cronista de Santa Cruz de La Palma, Jaime Pérez García “La esposa del hombre que cuidaba los terrenos de la finca tenía por costumbre acercarse cada mañana a la Casona, entre las 8 y las 9, para atender las necesidades de la señora. El 4 de abril de 1926, como a la vista todo permanecía cerrado, en silencio, y nadie respondía a sus llamadas, contactó con don José Francisco Carrillo Lavers, sobrino político de doña Leocricia, y éste dio parte del hecho. De inmediato la autoridad judicial permitió la entrada a la casa y en ella se encontró el cadáver de la poetisa que había muerto mientras dormía por insuficiencia cardiaca; junto a ella, su gato”.

Leocricia Pestana Fierro
Fuente: Bienmesabe.org

Se le practicó la autopsia y durante dos días se la veló en el local de Juventud Republicana. Fue el último acto público de una mujer culta y singular, tímida y contradictoria, lectora voraz y pensadora por cuenta propia, progresista liberada de las convenciones de una sociedad que fue injusta con ella hasta lo concerniente a su propia muerte. Había dejado escrito que la enterraran en el Cementerio Civil junto a su esposo y que su biblioteca fuera entregada a la Cosmológica; que sus muebles se vendieran y el dinero obtenido fuera para los pobres de Santa Cruz de La Palma. Sus deseos no fueron cumplidos. Ni siquiera se hizo realidad su deseo de abandonar la Quinta Verde por la escalinata de piedra y la puerta almenada.

Ortega Abraham escribió en la prensa local: “… sin embargo, su deseo de abandonar la Quinta Verde por la empinada escalinata de piedra y la puerta almenada no se cumplió; acaso porque el juez que levantó el cadáver lo vio como un venal capricho; acaso porque, en aquel abril lluvioso, el descenso del ataúd comportaba riesgos para los cargadores y engorro para los deudos”. Lo cierto es que ni sus obras ni sus libros ocuparon el lugar que ella hubiese deseado. Fue enterrada en el cementerio civil en un lugar del que no hay el menor rastro y de ella sólo quedan poemas y referencias en los periódicos de la época; las versiones orales de algún descendiente; cartas y papeles en manos de particulares; el silencio levantado a su alrededor y las leyendas populares que cuentan cómo el fantasma de Leocricia sigue apareciéndose vestida de blanco y escribiendo sus poemas en los pétalos de las rosas del jardín que ella misma cuidaba con tanto amor. Hay quien la ve pasear por La Quinta Verde las noches de luna llena; quien la ve vagar por el cementerio buscando la tumba de su esposo para dejar en ella unos poemas; y quien la oye recitar y escucha su voz bajar barranco abajo. Algunas personas, después de su muerte, decían haber visto en la casa y en los jardines algunas luces y siluetas extrañas, incluso una figura de mujer con un candil encendido caminando entre las palmeras en las noches de luna llena.

La leyenda fue creciendo a lo largo de los años y hubo quienes escarbaron en los jardines, cavaron en los pozos secos y en las paredes de la finca buscando tesoros, cuando realmente el mayor tesoro de esa casona era ella, Leocricia, y no fueron muchos los que supieron verlo. Leocricia no tuvo sepultura. No tiene hoy día ni una lápida que la recuerde. Nadie puede llevarle flores a su tumba. Esa es la nota final a una crónica de la desesperanza y que escribo para cerrar este pequeño retrato a grandes rasgos de una mujer excepcional que las buenas gentes de buenas costumbres suelen silenciar por miedo a que tome fuerza su personalidad y pueda llegar ser un ejemplo de comportamiento civil.

La clase social a la que pertenecía Leocricia Pestana, la aisló por no admitir sus ideas, razón por la que se acabó convirtiendo en un personaje incómodo para los grupos de poder de la isla y para la sociedad en la que le había tocado vivir. Para aumentar esa leyenda aparecen comentarios y escritos de diferente carácter que hablan de ella como si se tratara de un ser especial que poco o nada tiene que ver con la realidad. La realidad es que Leocricia Pestana fue una mujer valiente, libre y generosa con sus ideas; que las repartía a manos llenas y jamás cerró las puertas de su casa a reuniones o visitas que quisieran escuchar sus palabras. Amaba la poesía y amaba las flores, los gatos, los niños, la enseñanza y, sobre todo, amaba la cultura y las distintas formas que esta tiene de manifestarse. En vida disfrutó de algunos actos y ceremonias dedicadas a su figura y a su obra, conoció a escritores y personajes del mundo intelectual que acudían a visitarla dada su fama y de todo ello se conservan fotos, artículos, cartas y documentos que lo avalan. Y, sobre todo, tenemos sus paseos en las noches de luna barranco arriba rodeada de jardines y amantes de la poesía.

Elsa López
24 de mayo de 2023