Lola del Castillo

Mientras camino por el claustro hacia las salas de exposiciones del Instituto Cabrera Pinto imagino a una adolescente Lola del Castillo recorriendo esta misma galería para asistir a sus clases de secundaria. Recuerdo una de sus frases “somos en gran medida lo que en nuestra niñez se nos adhirió con la fuerza del apego”, una frase que me hace reflexionar sobre la importancia que ha tenido en su vida y por tanto en su arte, esta institución. En este lugar, antes denominado Instituto de Enseñanza Media de Canarias fue donde su abuelo, Mariano de Cossío, desarrolló su carrera de docente y catedrático de dibujo.

Lola del Castillo
Lola del Castillo
Nuestra cita es aquí con motivo de una entrevista por su exposición retrospectiva, con obras seleccionadas desde el año 1978 hasta 2022. He llegado con tiempo y recorro las salas observando las obras. Con cada una, mi mente divaga y comienza a relacionar los lienzos con conceptos aprendidos sobre teorías estéticas y metafísicas de la luz y las sombras, del espacio y el tiempo, o la fragmentación y el abstracto. Sí, todo eso, y a la vez, puede atravesar las obras de Lola.

En esos pensamientos estoy cuando ella llega. Reordeno mis ideas, son muchas las cosas que le quiero preguntar. Mi compañero y amigo Roberto Díaz, operador de cámara de gran talento, me dice que todo está listo. Podemos comenzar. Miro a Lola que me sonríe frente a los focos, le devuelvo la sonrisa y nos trasladamos a Madrid en 1972.

El dibujo, principio y fin de todas las cosas

Tras su formación en su isla natal, en Tenerife, Lola continúa sus estudios en la entonces Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. En aquellos años el dibujo, dentro del estudio académico tenía un enorme peso y su dominio era vital para cualquier artista, pero en el caso de Lola, sospecho que su relación con el dibujo ha sido, y es, una historia de amor.

Lola vió en el dibujo algo que muchos verían décadas más tarde. Ella sabía, ya por aquel entonces, que era una técnica más y no un soporte, ni un medio previo o preparatorio de la obra final. Valorar el dibujo con igual entidad que un óleo es algo relativamente reciente.

Ella asegura que el sostén de toda su obra ha sido el dibujo pues le proporciona una especie de red de seguridad que, al dominarla, le ha dado la confianza suficiente para experimentar a su antojo con diversos estilos y técnicas. En este punto de la conversación recuerdo una frase de Maribel Nazco “la formación hay que tenerla hasta para negarla” y sí, opino igual.
Como amante del arte siempre he considerado el dibujo como la manifestación más honesta, quiero decir, que no hay trampa ni cartón, no se puede disimular el error, se puede integrar con mayor o menor acierto, pero deja poco margen a los arrepentimientos.

Esos años de formación en Madrid coinciden con el éxito de Los Realistas, Antonio López, Amalia Avia, Isabel Quintanilla o Cristóbal Toral, entre otros y otras, serán grandes referentes para la artista que, además pudo estudiar sus obras muy de cerca.

La primera aventura artística, como ella la denomina, comienza a su vuelta a Tenerife de la mano de Gonzalo Díaz y La Galería Conca donde realiza una exposición individual en 1978. Lola crea una serie de dibujos a lápiz con la línea como recurso fundamental para articular el lenguaje, éstas son unas obras que muestran a personas y objetos envueltos en paños de diferentes texturas, telas y plásticos, que son en realidad los protagonistas de las obras. Dibujos que poseen un carácter escultórico donde el volumen se apropia del espacio en la composición de la obra.

Las sombras, la luz y las líneas son las que definen qué material es. Y eso, es lo importante. Es la pericia de la artista la que nos indica qué es plástico y qué es tela, y cómo se comportan al ser manipuladas, al ejercer sobre ellas un movimiento.

Técnica mixta, 1978
Técnica mixta, 1978
Bajo mi punto de vista, comienza aquí, en algunas obras, una fragmentación que se podría acercar al abstracto y en la que Lola ya comienza a “jugar con nosotros”. Me explico, en estas primeras obras el tema, entendido como significado, no es lo importante, no hay narrativa como tal, si estabas pensando que en la obra de técnica mixta de 1978, la persona que intenta quitarse la bolsa lo hace por algún tipo de reivindicación, deja de pensarlo. Lola busca la belleza del objeto en sí mismo, su comportamiento en el espacio que ocupa y su representación artística. Nada más y nada menos.

No cabe duda de que existe una intencionalidad de engaño, y lo que vemos a primera vista puede no ser la temática protagonista en la obra. No hay una reivindicación explícita, ni ideológica, ni emocional. ¿Recuerdas la frase el arte por el arte?, pues eso. Este es el juego que nos propone la artista y de una forma u otra, lo lúdico, pese a que varía, está siempre presente en sus creaciones.

Orden y Belleza en la obra de Lola del Castillo: la geometría

Guardianes de la arquitectura, 2018.
Guardianes de la arquitectura, 2018.
Ya sabemos que todo es geometría y que toda cosa que miramos podemos reducirla a su forma pura, originaria, esencial y, por tanto, bajo mi punto de vista, bella.
En el caso de Lola del Castillo su dominio del dibujo es fundamental a la hora de recrear espacios y perspectivas, pero en ella se esconden dos miradas distintas. Una es la mirada del detalle y de lo fragmentado, una mirada que se fija en las patas de una mesa, o de una silla. La atención recae en algo tan común, y a la vez maravilloso, como es la incidencia de la luz en las patas de una mesa y cómo se proyecta su sombra en el suelo.

En su serie Entre dos luces los protagonistas son en sí mismos los elementos necesarios para el arte. Podríamos hablar de unas sombras metafísicas que esconden misterios del propio origen de la pintura y la representación. Bastidores fragmentados que coquetean con la abstracción y que imagino, nos invitan a reflexionar sobre la interpretación de lo real. Yo los miro y fantaseo con ese “a través del espejo” que ofrece un mundo igual, en apariencia, pero con códigos diferentes.

Es la trastienda del arte, lo que no se ve. Un bastidor mantiene físicamente la ilusión de la representación, es un útil, como lo son los pinceles o los lienzos y a primera vista, podríamos pensar que no son cosas dignas de ser representadas, como si a la luz, al color o a las formas, le importara el significado del objeto. O como si le importara a Lola.

Existen obras en la serie La geometría que nos rodea que me suponen un golpe emocional. Miro algunos lienzos y no veo un lugar cualquiera. Me llevan a zonas de la memoria, a lugares que habité y en los que fui muy feliz. Por ejemplo, el recuerdo de la casa de mi abuela y aquella luz cálida que entraba por la ventana. Un instante al que, por anodino, en su momento no le di importancia, pero que ahora vuelve con el peso de la memoria. Nos trae las ausencias de aquellos que aún lloramos y ese espacio físico, el suelo, un tramo de escalera o una ventana, se humaniza.

Entre bastidores, 1993
Entre bastidores, 1993
El detalle se convierte en todo. Cobra tal inmensidad, precisamente por su carácter cotidiano, que nos estremece como espectadores. Un efecto “magdalena de Proust” que nos transporta al pasado con una carga emocional que asusta, pero, ¿busca realmente algo de esto la artista?

Lola me mira y se ríe, conscientemente, me dice, en un primer momento no busco nada de eso. Me explica que ella observa la realidad y elige aquello que le parece interesante por sus características estéticas, por su belleza o justo por la falta de la misma. No hay un planteamiento entre lo local y lo universal en este primer momento, pero eso no significa que no esté, de una forma u otra, implícito en su obra.

La artista busca captar lo excepcional e irrepetible de un instante en un lugar cotidiano. Lola no está representando la totalidad del lugar, porque lo que la seduce es la mirada cercana y fragmentada. Esa pequeña parte que es capaz de hablar del todo.

Y sí, es aquí donde se desmoronan todas mis tesis sobre el origen de la obra. Mi percepción ante el lienzo no tiene nada que ver con los motivos de su concepción. Cosa que, evidentemente, da igual.

Una vez la obra está expuesta y la contemplamos, también es nuestra. El espectador puede, y debe, interpretarla bajo su propio prisma, pues esa es su experiencia ante el arte y además en este caso, la artista nos ayuda a conseguirlo. ¿Cómo? pues no poniendo nombre a sus obras.

Del Castillo afirma que los títulos condicionan la mirada del espectador, por ejemplo, si en la obra de La geometría que nos rodea de 1995, la artista le hubiera puesto por título Mi casa, es seguro que yo no me hubiera acordado de mi abuela y por tanto el golpe emocional sería inexistente.
Al no tener título podemos sentirnos identificados con el objeto o el lugar, hacerlo nuestro.

La mirada de Lola al detalle lo convierte en protagonista de entidad, y el óleo lo resignifica y le da valor. Refuerza el carácter académico de las grandes obras que buscan la verdad y la belleza. De este modo, se convierte en algo solemne y digno de ser repensado. ¿Es quizá este un juego sobre el planteamiento del objeto artístico?

Tierra de nadie

Serie Son de Arquitectura
Lola tiene otra mirada. La segunda mirada recae sobre espacios amplios donde la geometría y la perspectiva son el eje que vertebra la obra. Sin embargo, no son los protagonistas porque el protagonista es lo que no está, es decir, la atmosfera y el vacío.

Terminales de aeropuertos, estaciones de guaguas o de metro, son sus espacios favoritos pero despojados de todo bullicio. Lugares impersonales y de paso, donde lo funcional prima sobre lo estético y que cuando los vemos sin gente y sin su ruido característico, nos parecen extraños.

Unos misteriosos paisajes de interior donde los reflejos juegan a engañarnos. Un trampantojo en el que no sabemos dónde acaba la realidad representada, y dónde comienza su reflejo, además, la sensación de ausencia se remarca por la elección de la artista de poner asientos. Asientos y sillas que parecen esperar a alguien que no va a llegar nunca. La ciudad vista desde otro prisma, desde la soledad y el silencio de un lugar que fue concebido para no estar nunca, ni en soledad, ni en silencio.


Reconozco que estas obras me atraen como un imán. Lola no quiere que estemos del todo cómodos ante sus lienzos y que, a la vez, no podamos dejar de admirarlos. Y lo consigue.

La figura humana no suele ser protagonista en sus obras y cuando está, no es una persona reconocible. La artista elige situarlas espaldas, o que sus rostros sean unos trazos sin definición, luego, lo importante no son las personas si no la huella que dejan.

Hijas de la Luna

«…Empiezo el proceso manchando con acrílico muy líquido y ese soporte tan rico y orgánico propicia que se integre rápidamente en él. Pasadas unas horas, comienzo el dibujo a carboncillo y una vida va abriéndose a mis pies. Pronto una corriente de energía se hace visible, van saliendo imágenes, cartografías de la memoria, realidades versionadas de la cotidianidad que contemplo a diario. Es la vegetación, esa que estaba reclamando su espacio en el exterior, la que va invadiendo mi estudio y entre trazos el papel se presta a convertirse en arbustos, cardos o ramas que quieren acomodarse con sus vecinas. Es emocionante ver como cobran forma unas simples manchas transmitiendo sentimientos, emociones, tensión.»
Lola del Castillo

Serie Coraza Vegetal, 2020
Serie Coraza Vegetal, 2020
El espectador se da cuenta con solo observar algunas obras, que existe un trabajo de inmersión profundo, de búsqueda y de investigación. Le fascina la creación artística hasta la obsesión. Lola conecta su forma de estar en el mundo, su verdadera personalidad, con las formas, la luz, el color y los volúmenes y el resultado es una prolongación de ella misma. Me fascina esta idea e intento indagar más en ese proceso artístico, pero la artista me mira, y me dice que no lo puede explicar porque es Magia.

Un estado que permanece pese a los diferentes estilos que trabaje porque siempre es la misma y siempre es distinta. Del Castillo no se quiere aburrir porque el juego, que está tan presente en sus obras, también es parte del quehacer pictórico y por eso el estilo cambia, y cambia la pincelada, incluso es diferente el escenario.

En sus obras más recientes la mirada cercana la sigue seduciendo, pero esta vez en el exterior, en la naturaleza. En la serie Coraza Vegetal nos sigue mostrando un fragmento de realidad, pero ahora lleno de energía y con una pincelada vigorosa, ágil y rápida. La vegetación ocupa el espacio de composición y la perspectiva y la línea, han sucumbido a la explosión natural.

En la serie Hijas de la luna vuelve a jugar con el reflejo de lo real entre las rocas y el mar pero estas son unas marinas sin horizonte, porque para ella la importancia radica en ese pequeño espacio en el que fijamos la atención cuando bajamos vista. Un espacio inmediato y cercano, como el que ofrece la ola y la espuma entre las rocas, un fenómeno que dura un instante y luego cambia.

Un espectáculo natural que disfrutamos todos, pero que solo aquellos de gran talento, pueden traducir a un lenguaje eterno y universal, sorteando la cotidianidad y demostrándonos, una vez más, que la belleza está en cualquier parte.

Si quieres ver más: entrevista y reportaje de Raquel Toste de la Exposición Retrospectiva (1978-2022) para la Sección de Cultura del programa Buenos días Canarias de RTVC:

FUENTE DE LAS FOTOGRAFÍAS – https://loladelcastillo.es/