A veces necesito decirme yo tuve 20 años. Los pasé fumando y viendo series y comiendo crema de calabaza con mis amigas en el sillón amarillo de mi piso. Viendo videoclips de Shakira y haciéndome un piercing en la nariz y quitándome los zapatos para caminar por el césped del tranvía a las seis de la mañana; me acuerdo de ese asco: grité fos, fos, fos, muchachas, aquí debe haber bichos y de todo. Necesito decirme, a veces, tuve 20 años aunque algunos recuerdos huyan de mí como cuando jugábamos al escondite-cogida en el colegio: soy capaz de acordarme de cosas muy concretas, a qué sabía mi sudor cuando me chupé el labio de arriba por fuera del Haring, cómo eran las voces del anime que mi amiga quería que viera y que nunca vi, pero no puedo establecer un hilo conductor, no hay días, no hay semanas, no hay meses, yo tuve 20 años y de ellos guardo, ¿por qué?, muy poca cosa. He hablado con otras personas que padecen o han padecido ansiedad y la mayoría me ha dicho que les ocurre lo mismo: de algunos años solo queda la atmósfera. El olor. Un rastro de uñas que alguna vez pasaron. Nunca me atrevo, sin embargo, a confesar el remedio que uso para combatir esa especie de memoria inarticulable: juego a ‘me acuerdo’. Uso el disparador que Georges Perec propone en ‘Me acuerdo’, un libro compuesto por anotaciones que comienzan con la fórmula del título y que no pretenden capturar simples recuerdos sino, más bien, la cotidianidad de un tiempo, esas cosas que creímos que no había por qué memorizar. Escribir me acuerdo y dejarme esbozar después lo que se me ocurre es, al menos para mí, una forma de decir yo tuve 20 años, los cumplí en 2015, existí de verdad y lo sé. Ahora estoy en la biblioteca de mi pueblo, a mi lado estudia una amiga con la que viví ese año, quiero meterme en una nube de humo de cigarros de los que, si les explotabas unas bolas que venían dentro del filtro, sabían a mojito: pienso me acuerdo de ‘Necesidad de Orfeo’. ¿Qué recuerdo? ¿Y por qué lo recuerdo? Yo tuve 20 años y conocí a María Teresa de Vega cuando presentaba este libro en La Orotava, junto a Antonio Arroyo Silva, en el Encuentro de Escritores de Canarias. Lo leí cuatro veces seguidas: ¿y qué recuerdo?, ¿y por qué lo recuerdo? Supongo que, como siempre, me toca jugar.
María Teresa de Vega
María Teresa de Vega nació en La Laguna. Estudió Filología Románica en la Universidad de La Laguna, habiendo cursado ya dos años en la Escuela de Bellas Artes de Santa Cruz. Ha impartido clases de Lengua y Literatura Española tanto en Tenerife como en Madrid, ciudad en la que vivió durante 30 años. Es autora de los poemarios ‘Perdonen que hoy no esté jovial’ (2001), ‘Cerca de lo lejano’ (2006), ‘Mar cifrado’ (2009) y ‘Necesidad de Orfeo’ (2015); también de los libros de relatos ‘Perdidos en las redes’ (2000) y ‘Sociedad sapiens’ (2005) y de las novelas ‘Niebla solar’ (2009), ‘Merodeadores de orilla’ (2012), ‘Divisa de las hojas’ (2014) y ‘El doble oscuro’ (2018). Ha participado en muchas actividades culturales relacionadas con la literatura de las Islas: por ejemplo, el ciclo Entre Palabras o el proyecto “Santa Cruz, ciudad leída”, para el que se seleccionó un fragmento de su novela ‘Divisa de las hojas’. Fue incluida dentro del grupo de escritores y escritoras G21. La biografía de su página web explica que “ahora vive en Canarias y escribe. Participa en un club de lectura de poesía, envía algún artículo a la sección cultural de un periódico y acude a muchos actos culturales de la isla”. También que “durante muchos años la idea de escribir no estuvo en sus planes. Más adelante, con persuasión, anidó en su cabeza”. Ella misma ha declarado en varias ocasiones que no tuvo, durante una época, el tiempo que necesitaba para escribir. En una entrevista en la revista Dragaria, confiesa que, a pesar de esto, siempre leyó muchísimo: su poesía juega, para mí, con la certeza de las cosas miradas durante mucho tiempo, guardadas en ese lugar de la memoria en el que se aloja lo que aún no puede ubicarse en el recipiente deseado, transformadas por ello, a la hora de convertirse en poesía (me acuerdo de un poema de Blanca Varela: “el poema es mi cuerpo/esto es poesía”), en la afirmación de lo hermoso. A lo mejor por eso, al intentar evocar mis 20 años, pienso en ‘Necesidad de Orfeo’: no solo porque un día conocí a la autora y me senté a ver su presentación y se me encogieron los dedos de los pies al escuchar los versos “quiero crear mi luz. En la oscuridad/ver los árboles que planté, y es asombroso/que yo les diera plena vida”, sino también porque su escritura me trae a este ejercicio de, asombrándome por la belleza que ya experimenté, generar una luz nueva, una belleza nueva y toda para mí. De algunos años, como si estos fueran un poema que se decidiera a desligarse de todo lo que yo no consideré susceptible de ser mirado, solo recuerdo lo hermoso. Precisamente, creo, hacer eso (jugar a “me acuerdo”) es crear tu luz. “Después amamos las palabras”, dice la autora, “solo nuestras y de cada uno”.
Según la poeta Rosa María Ramos Chinea, “la poesía de María Teresa de Vega dialoga con los seres y las cosas para dar lugar a una humanidad que parece abandonarse a la destrucción, al caos. Su lenguaje singular nos aproxima a los secretos de la naturaleza y nos señala el camino hacia el encuentro con la luminosidad y la belleza”. Elena Villamandos, narradora y poeta, afirma que María Teresa de Vega es “un pajarillo que trina desde su rama con la vista puesta en el infinito”. “El profundo misterio de sus versos radica en esa manera de dar forma a la luz que se plasma en el paisaje bajo el que se moldea la idea de lo universal, de la muerte y de la renovación y su disociada y crítica contemplación de la estirpe humana”, explica. La escritora Carmen Paloma Martínez me cuenta que, para ella, esta autora sabe “expresar la atrocidad del mundo con extrema belleza”.
¿De qué me acuerdo?
Me acuerdo de algunos versos leídos con lentitud: “tengo en mi boca el sabor de la luz/en las lavándulas atrapada”; “quizá porque no fui flor, ni insecto, ni ola vaporosa,/y puedo crearlos a imagen de mis sospechas”; “si fueras tú el oído que alcanzar desea/el resto de los seres”. Me acuerdo de preguntarme, leyendo a esta poeta, cuál es la diferencia entre mirar un paisaje y crear un paisaje: quien mira delimita, compone, otorga significado, pero sobre todo se deja arrollar (o se descubre inamovible) por aquello que, como decía antes, declara hermoso. Sublime. Me acuerdo de que, cuando iba al instituto, una maestra nos explicó lo que era “sublime”; yo no lo entendí, hice como que sí lo hacía, asentí y seguí mirando una diapositiva que, por falta de identificación, olvidé. Me acuerdo de que intenté comprender esa idea, un par de años más tarde, leyendo poesía. Es posible que por eso me sorprendiera leer ‘Necesidad de Orfeo’: sus poemas me llevaron a un lugar que no habría conocido sin ellos.
La voz poética no intenta descifrar la naturaleza, sino que coexiste con ella y se deja atravesar por el espesor de los árboles, por las gotas de agua sobre las hojas, por el canto del mirlo. Imaginé (me acuerdo) que habían sido escritos mirando un jardín desde una ventana. Creando un jardín nuevo: la poesía de María Teresa de Vega me parece, usando el título de dos de sus poemas, la obra inevitable de una “dama creadora”. “Yo nací sus hojas innumerables/acosté su verde tierno en la mecedora del viento”, dice la poeta. También “el mundo necesitó mis manos para su nacimiento. No ocurre nacido. Toda su memoria está llena de mí”. Y “los ojos arden, mirlo, y es el más delicado incendio/y el más arrasador”. Me acuerdo de la ternura, valor que en aquel momento yo empezaba a reivindicar como salvador; me acuerdo de entender, leyendo este libro, que la ternura también es la capacidad de cuidar la belleza, de buscar convertirla en algo que se pueda habitar, compartir, respirar: “regálame una abeja/con su flor, amante,/regálame su intimidad entera”.
Me acuerdo de que, al principio, cuando empecé a tratar a María Teresa de Vega, me sorprendió su capacidad irónica, su ocurrencia, su humor punzante. Luego, con el tiempo, entendí que esta virtud suya tiene que ver con la ternura de la que hablo: escribir “destino, resérvame lo hermoso” significa, también, desechar lo que pretende robarnos lo hermoso, los ciscos que se meten en los ojos y hacen que el sol duela, ese extrañamiento contrario, o eso me parece ahora, al asombro. Es lógico, entonces, que una poética que deshabita lo mundano para habitar lo sublime contenga su contraparte, como la ternura contiene la necesidad de protección: “no quedas paralizado ante la hermosura/a pesar del desamor que naturalmente la nutre”, le señala la voz poética al mirlo, compañero o, de nuevo, contrario con la que se establece el diálogo. Me acuerdo, también, de estos versos: “y a la hermosa colgadura del cielo me adherí. Sé que/a ella no sube el gris hinchado del ratón que daña”.
¿Por qué me acuerdo?
Me acuerdo porque a veces tengo que decirme tengo 20 años; porque a veces olvidamos, pero lo hermoso, si lo agarramos, nos cuenta quiénes somos. Qué hemos creado. Me acuerdo porque las poéticas que reclaman esto, que cuidan desde esto, dan lugar a un efecto circular y terminan sumándose a otra memoria que crea, a su vez, otra memoria del mundo: mirar un paisaje es crear un paisaje, y mirar un paisaje creado es crear otro paisaje. El diálogo no termina nunca y por eso podemos creer en la literatura cuando no creemos ya en nada: es un ejercicio de ternura. De tirar de la luz para que pueda acogernos. Me acuerdo porque una lectura es también un mundo que se pisó, con la diferencia de que las huellas no se quedan en él, sino en nosotras. Nuestros brazos clavados en nuestros brazos como ramas que nos quisieron abrazar.
Me acuerdo porque la música de los poemas de María Teresa de Vega, entregada a ritmos aéreos, se convierte en una suerte de lira que, como la de Orfeo, amansa. Me acuerdo porque muchas veces recurro a estos versos de ‘Mar cifrado’: “es sublime que la vida nos viva,/que un encuentro radical nos viva”. Me acuerdo porque es necesario recordar de vez en cuando que la lectura es goce. Que lo leído forma parte de la memoria y la memoria también de lo leído; en ‘Necesidad de Orfeo’, la poeta se pregunta: “¿nos llevan a alguna parte los amigos? ¿Son como un camino?”. Me acuerdo porque esa pregunta sonó en mi cabeza cuando empezaba a interrogarme a través de los libros y cuando, con los pies aún picados por el césped del tranvía, intentaba descubrir cómo huir de la crueldad. De la mano que me agarraba por dentro y tiraba. Contemplando, me dije mientras leía, porque la luz debe nacerse. Por eso, y no por otra cosa, la literatura puede salvarnos. Igual que las amigas. “Por más que arranquemos la flor”, escribe María Teresa de Vega, “jamás asiremos su belleza”. Yo pienso ahora que asir la belleza es, tal vez, elaborarla.
Bibliografía
- Perec, Georges (1978). ‘Me acuerdo’. Madrid: Impedimenta.
- Varela, Blanca (2001). ‘Donde todo termina abre las alas: poesía reunida (1949-2000)’. Madrid: Círculo de Lectores.
- De Vega, María Teresa (2001). ‘Perdonen que hoy no esté jovial’. Santa Cruz de Tenerife: Editorial Benchomo.
- De Vega, María Teresa (2006). ‘Cerca de lo lejano’. Santa Cruz de Tenerife: Editorial Benchomo.
- De Vega, María Teresa (2009). ‘Mar cifrado’. Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea.
- De Vega, María Teresa (2015). ‘Necesidad de Orfeo’. Santa Cruz de Tenerife: Escritura entre las Nubes.